Por Hilda A. Mas

Todos  tenemos un ángel… no hay  que desesperarse; ellos, sin nosotros buscarlos, llegan de pronto a nuestra vidas como un obsequio.
Hace poco desde mi estrella lejana te miraba y te veía un poco más animada y feliz.
Al fin  mi  regalo llegó a tu vida desde casi el final de enero. 
¡Que alegría! ¡Al fin! Lo pedí tantas veces, para alegrar  tu tristeza y tu soledad, y ahí está.
Lo pedí tantas veces a mi Cielo, a nuestro Creador, que de tanto pedirlo escucho mi ruego.
Al fin encontré el ángel para obsequiarte un poco de felicidad.
Es un poco loco… enfermizo, eso sí, pero con un gran corazón y unas alas  enormes que pueden cubrir el alma de quien comprenda sus acciones.

Lo pedí así para variar tu triste vida desde mi partida. Tardó mucho encontrarlo,  pero ahí está: es un poco caprichoso, malcriado, infantil, algo alocado… una veces es triste y otras, alegres; eso sí: desinteresado, ama lo más insignificante.
Este es mi regalo, hija mía.
Ahí esta el ángel que pedí al Cielo; perdóname si no se ajusta a tus gustos, pero… yo espero que sí.