Por Hilda Alicia Mas

¡Qué  alegría encontrarla! Ya no tengo que levantar los ojos al cielo. Estamos las dos en el mismo cielo y desde allí Beba y yo rememoramos el plumaje tornasol del zunzún pretencioso, oímos  el embeleso del canto del gallo en las madrugadas para despertar al sol.
     Ambas disfrutamos de la luna llena y reímos cuando la vimos a lo lejos, escondida entre las nubes viajeras, posada sobre la charca de los ríos, como una niña juguetona en cada una de sus fases.
     Estamos juntas y eso nos daba alegría. Desde el firmamento vimos tantas cosas donde un día fuimos  felices. Estábamos penetradas por diferentes olores, al caer la noche. Eso me hizo pensar en las noches de primavera cuando soñabas con tener en tu cuello un collar de luceros y prometí regalarte uno de cocuyos para que te alegraran un poco al no tener luceros para alegrarte.

     Ya tendrás en tu cuello por siempre el collar que soñaste, pero esta vez de luceros reales, esos que hoy adornan tu cuello.
     Quienes lo recuerden sabrán que somos tú y yo, centellantes de alegría.
     Y reímos abrazadas.