Por Anisley Fernández

 

Padre que todo lo has dado
removiéndote la frente,
padre que en el subconsciente
resguardas mi cuerpo alado.
Te escribo por el costado
que me sangra cada día,
te adoro con la cuantía
de la verdad aflorando
como un perfume embriagando
un retrato en armonía.

Te alabo, padre querido,
clarísimas son tus manos:
Dos torbellinos enanos,
guardan los sueños del nido.
Corazón en el silbido
de las noches y los llantos,
háblame, porque tus cantos
ancestrales se desbordan
sobre mis alas que abordan
los primeros esperantos.