Por Orlando V. Pérez

La vida nos tiende trampas y asechanzas impredecibles. Hay quien habla de los azares del destino. Yo creo en los avatares, choques y colisiones de un proceso de causa y efecto, en que lo causal, lo impredecible, no obstante, a veces nos golpea hasta dejarnos anonadados. “Hay golpes en la vida, tan fuertes, yo no sé…”, es ese lapidario verso de César Vallejo, con que inicia su memorable poema “Los heraldos negros”, el que mejor pudiera resumir la pena y el dolor que nos embarga por la repentina desaparición física de Andrés David García Suárez, para cuya dolorosa partida definitiva no estábamos preparados.

Sin embargo, nos consuela el fructífero quehacer que fue dejando a lo largo de su vida. Nacido el 21 de julio de 1932, fue Andrés un investigador, historiador, escritor y periodista consagrado, quien nos ha legado una consistente y memorable obra, recogida en forma de ensayos, testimonios, cuentos, crónicas noveladas, que, partiendo de su vocación periodística, se expande hacia diferentes géneros, mediante un estilo depurado en que fusiona lo auténticamente documentado con una deleitable imaginación creativa.

La infancia y primera juventud de Andrés estuvieron signadas por los avatares y las vicisitudes de los regímenes anteriores al triunfo de la Revolución en el año 1959. De modo, que, después de sufrir los  rigores de la dispersión de su familia, de procedencia proletaria, ya  siendo mayor realizó los más disímiles empleos: vendedor ambulante,  peón de albañilería,  ayudante de electricista, entre otros. Sin embargo, el triunfo revolucionario le abrió las puertas a la superación, y así, se hizo licenciado en Letras en 1979.   

Entre sus obras destacan  Hombradas (1970), El Escambray en ascenso (1972), Cienfuegos, linda ciudad del mar (1995), contundentes crónicas de nuestro palpitar socio-histórico-cultural. Yo viví el drama de la guerra civil española, constituye un inapelable testimonio que enriquece las vivencias y la valoración de lo acontecido en España durante este conflicto bélico acaecido de 1936 a 1939 a partir del golpe militar franquista, preámbulo de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Publicó por la Editorial Mecenas un interesante libro de relatos: La luz que sube de tu nombre, en que, con fino trazo, y sin menoscabar su fundamento histórico, relata con un acertado toque de ficción, hechos insertos en el histórico levantamiento del 5 de Septiembre en Cienfuegos, encabezado por la marina de guerra, contra la ominosa dictadura de Batista, lo cual le confiere  al libro autenticidad y humanismo.

Fue un indiscutible precursor de la cultura en la región central de nuestro país. Así lo patentiza el haber sido fundador de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba (UNHIC), la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). También tuvo amplia participación en la creación de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) y del Partido Comunista de Cuba (PCC).

He dejado para el final su faena como colaborador de la Revista Calle B, de la cual soy su editor desde su fundación en el año 2001. Mediante los encuentros en la Sede Provincial de la UNEAC, hace alrededor de unos cuatro o cinco años, tuve la dicha de conocer personalmente a Andrés, con el cual desarrollé una gran empatía desde los primeros momentos. Andaba él a la búsqueda de una vía para la publicación de los más recientes textos suyos. Eran textos extensos divididos en capítulos, los que, a pesar de un sustrato documentado propio de un periodista investigador, recreaban el ambiente con un toque novelístico. Como revista digital cultural, Calle B se caracteriza por la brevedad de los textos que publica. Sin embargo, lancé las cartas a la mesa y aposté por la suerte de sus relatos, lo cual constituyó un verdadero éxito publicitario, y abrió la vía para nuevas experiencias. Como en los viejos y memorables tiempos, fui publicando esas historias en forma de capítulos, que terminaban siempre en suspenso. Así, vieron la luz sus libros inéditos Cienfuegos, cuidad (en) que amamos, una serie de relatos en serie ingeniosamente concatenados —en que lo histórico se mezcla con lo legendario, lo épico con lo lírico— y que arrancan desde la época de la conquista y colonización de nuestra región al centro-sur del país, pasando por la esclavitud, las guerras independentistas, la llamada pseudo-República, hasta desembocar en los acontecimientos del 5 de septiembre de 1957. Una verdadera ofrenda de devoción hacia su ciudad natal, cuyo patente amor hacia ella deviene un leitmotiv a lo largo de toda su obra. Otro de los textos, tal vez el más complejo tanto en contenido y como en forma, con una estructura y estilo, ora biográfico, ora novelesco, lo constituye La leva de los pobres, que narra desde su raíz autóctona canaria los avatares de un joven llamado Manuel, hijo de campesinos pobres, aferrados a la tierra, allá en las Islas Canarias o Islas Afortunadas, a quien apodaban Manolo; joven lleno de ilusiones, empecinadamente soñador, devoto a los estudios, y en quien toda la familia depositaba la suerte de un futuro mejor. Sin embargo, todos esos sueños se desvanecen al ser Manolo seleccionado como quinto para engrosar con el sacrificio de soldados bisoños la tozudez del régimen colonial español por mantener bajo su égida a “la siempre fiel isla de Cuba”. Y Manolo fue vestido de soldado, y viajó hacia Cuba, y desfiló por las calles de Cienfuegos, y cayó combatiendo en la batalla de Mal Tiempo, donde culminaron sus sueños y románticos afanes. El libro en cuestión es novedoso por los diferentes recursos narrativos que el autor utiliza, quien se sirve de varios narradores para ir enhebrando una historia ligada a un ser tangible ligado a la ascendencia del propio autor, a quien dota admirablemente de pasajes novelados, penetrando en su subjetividad, para ofrecer la imagen de una criatura llena de recodos y de proyecciones espirituales inimaginables. Este texto se publica en coautoría con Agustín Suárez, familiar que le suministró la información necesaria para la construcción de este texto. Por último, quiero referirme a Influencia canaria en la independencia y nacionalidad cubana, título que declara abiertamente el tema de que trata. En el prólogo a dicho libro, el autor remarca: “(…) presentamos este trabajo que aspira, como objetivo principal, probar con ejemplos generales y con otros particulares de la región de Cienfuegos, en el centro-sur de la Isla de Cuba, lo que el título proclama: la indudable influencia canaria en la nacionalidad y en la independencia cubanas.

“Nos interesaba concretar en un texto breve, un cúmulo disperso de información existente en diversas publicaciones de todas las épocas, que colocadas de conjunto vienen a corroborar el objetivo anterior y lo enriquecen”.

Este texto, mediante el método analítico-sintético, constituye una disertación del proceso de transculturación producida por el choque de habitantes canarios emigrados de manera forzada, como es el caso de los bisoños soldados traídos a Cuba para combatir por la permanencia de un régimen colonial retrógrado y opresivo, contra los mambises, que representan las ansias libertarias del pueblo cubano. A otras migraciones se refiere este libro, así como a los avatares de los canarios aplatanados después de la guerra, como también a los pertenecientes a otras oleadas migratorias, su arraigo en suelo cubano, su descendencia y las vicisitudes padecidas para asimilarse a una nueva cultura que van enriqueciendo, sin dejar de referirse a la laboriosidad, la honestidad y la tozudez de tales grupos humanos.

La presencia de Andrés como asiduo colaborador de Calle B enriqueció mi mundo espiritual, que, guiado por intereses comunes a los suyos, me permitió intimar con un hombre poco común, un caballero de modales finos, un ser dotado del don de gentes, que transpiraba sabiduría, sencillez y sociabilidad; un ser inquebrantable en sus principios, pero exento de patrones inflexibles; una hombre “comido por el ansia de hacer bien”, citando una frase martiana.

Por eso, dondequiera que esté revolando su espíritu, no cabe más que decirle: “Gracias, hermano, padre, amigo, por la magnífica obra que nos has legado; gracias, sobre todo, por el perfil de una criatura cabal. Retomando al Apóstol, cuando patentó que los hombres se dividen en dos bandos: ‘…los que aman y fundan`; y ´los que odian y deshacen`, indudablemente tú perteneces al primer bando, que es la obra por la cual viviste y que defendiste con todas las fibras de tu corazón revolucionario. Porque, como también aseveró el Héroe de Dos Ríos: ´La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida´”.

Siempre guiado por el aserto de Nicolás Guillén, quiero terminar esta humilde pero sentida semblanza, con estas décimas surgidas desde lo más abisal de mi estro poético:

Decano de periodistas,
de la vida ruiseñor,
es tu partida dolor
y un orgullo tus conquistas.
No te vayas, no desistas
de las cienfuegueras calles.
Riega el verbo en estos valles,
estas lomas y estas playas.
Vuelve pronto, no te vayas,
sigue firme: no desmayes.

Sigue creciendo en tu altura,
proyecta tu dimensión.
Tu palabra es aluvión,
es tic-tac en la espesura.
No nos dejes la amargura
de una vela, un árbol leso.
Hay mucho que hacer, por eso
renace de tu ceniza,
que está entonando la brisa
el aria de tu regreso.