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Por Karlo Fabio Pérez

A paso apresurado, y con un dilema de mil demonios en la cabeza, caminaba Pedro a encontrarse con sus siempre fieles amigos. Pedro era un joven sencillo y amable, admirador de la trova.
     Sus amigos eran una mezcla de todos los sectores de la sociedad actual: variaban entre rockeros, aficionados al pop, locos por el football y geniales jugadores de dominó. En el grupo destacaba Juan por su vulgaridad y buen corazón.
     El punto de encuentro era el parque de las piedras, llamado así por los enormes menhires que decoraban sus alrededores; la hora de reunión: las 2 de la tarde.
     Cuando Pedro llegó, todos sus amigos lo esperaban.
     —¡Pedroooo!  —exclamó el escandaloso Juan—. Dime, mi chama, cómo te lleva la vida.

     —Me lleva…
     —Concho, por tu cara de perro “partío” debe ser algo bien duro.
     —Ni te imaginas
     —Bueno cuenta, cuenta —le dijeron los demás compañeros.
     Pedro vaciló, pero finalmente habló:
     —Estoy confundido, no sé si me gustan las mujeres o los hombres.
     —¡Buajajaajajajaja! —rio Juan con la malicia de un mono chillón—. ¿Nos cuentas que no sabes si te gustan las mujeres? —volvió a gritar Juan, quien acompañó la segunda carcajada con una parafernalia de palmadas.
     —Concho, Juan, no me hagas esto, que ya bastante incómodo me siento. Si les cuento es porque ustedes son mis amigos y les tengo confianza.
     —Bueno, chico, perdóname, no lo hice por mal, ya sabes cómo soy: actúo sin pensar. A ver: ¿cómo quieres que te ayudemos?
     —No lo sé, tan solo quiero salir de esta duda loca, y saber si me siguen atrayendo las mujeres o de la noche para la mañana quedé encantado por las ideas de la bandera arcoíris.
     —Tú y tus palabritas bonitas. Chico, ven acá: ¿no es más fácil hablar así, tú sabes, de guaracha?
     —Juan, Juan; en otro momento —dijo Pedro atormentado.
     —Sí, Juan, concéntrate —exclamaron los demás.
     —¡Ya, ya! Miren, se me ocurrió algo.
     —Cuéntanos.
     —¿Ves esa muchacha de allá, Pedro?
     —¿La trigueña? —preguntó.
     —Sí, compadre, esa que camina como si el mundo diera vueltas.
     —¿Qué pasa con ella?
     —Pues te acercarás y le darás una buena “nalgá”, y luego nos contarás si sentiste un fuego intenso que levanta…
     —Juan! —lo interrumpió Pedro—. Sabes que no me gustan esas formas.
     —De madre el loco este con el filosofeo ese que se inventa —exclamó Juan mirando al cielo como buscando entre las nubes algo de razón—. ¿Tú quieres salir de esa incertidumbre o no?
     —La verdad es que sí, pero…
     —Pero nada, mi negro, ve para allá y suénale una…
     —Ya, ya; Juan, lo voy a hacer por mi desespero, pero no es correcto.
     —Cállese, que luego me lo agradecerá.
     Y allá fue Pedro en marcha temerosa, deseando que la tierra lo tragara. Sus amigos, a lo lejos, disfrutaban del espectáculo que estaba a punto de comenzar:
     ¡Cataplán!
     —¡Uh! —exclamaron todos con cierto tono de dolor y desviaron la mirada.
     —Concho, pega duro la trigueñita esa —agregó el autor intelectual de lo que debía ser la iluminación para la joven mente del muchacho.
     A los pocos minutos regresó Pedro ocultando su vergüenza y el moretón que ya se asomaba en su rostro.
     —¿Te dolió? —preguntó, con cierto matiz de preocupación, el joven de las grandes ideas.
     Pedro le lanzó una mirada fulminante que le hizo bailar las piernas y dijo:
     —Te lo dije, compadre, el resultado de tu locura no iba a ser bueno.
     —Ya, te doy la razón; pero dime: ¿no hay nada de actividad por la zona de bateo?
     —Nada —respondió con algo de tristeza el muchacho confundido, a quien la vergüenza no lo dejaba levantar el rostro.
     —Ño, la cosa es más dura de lo que pensaba; tendremos que tomar medidas más radicales.
     Pedro se estremeció al escuchar las palabras de Juan. Él sabía que sus medidas no guardaban mejor final que el que acababa de sufrir:
     —Bueno, complicadito de la vida —dijo Juan—; solo nos queda una opción: debes besar a uno de nosotros y averiguar si te gusta.
     —No, no los voy a involucrar de esa manera en mi problema.
     —Chico, no es tanta cosa, además aquí todos estamos bien definidos, no andamos vacilando por ahí.
     Pedro, cansado ya de las palabras provocativas de Juan, le dijo:
     —Bueno, chico, si tan seguro estás de tu sexualidad, ven; bésame tú.
     —“Na, na”, chama, no me metas en esa candela, que tú sabes donde yo vivo y si se enteran que ando repartiendo besitos por ahí me ponen el “deo”. “Na, na”, busca otro voluntario.
     El resto del grupo, más interesados en divertirse que en ayudar a Pedro, comenzaron a vociferar:
     —¡Juan tiene miedo! ¿Qué pasa Juan, no estabas tú definido?
     —Sí, sí, sí; y lo estoy, pero esto es otra cosa…
     —¡Penco! —gritó uno de los muchachos.
     —¿Cómo? Yo no soy ningún penco: yo lo mismo te mato un loco que te lo entierro y a mí me da lo mismo darle una “puñalá” a un zapato que betún a una pared.
     Todos sabían que cuando Juan comenzaba a hablar enredado, solo necesitaban un poco más de presión para que cediera a los antojos de la mayoría.
     —¡Ah! – gritaban todos mientras sacaban a relucir sus lenguas.
     —¡Cobarde!
     —¡Pendejo!
     —¡Paren! Lo voy a hacer porque es mi amigo y necesita ayuda, no porque ustedes estén haciendo de corito. A ver, pon la cara.
     Tomó por sorpresa a Pedro, quien, furibundo, lo había incitado, pero ahora se arrepentía:
     —¡Nooooo!
     Un silencio incomodo, se coló en el grupo. No lo podían creer, Juan, el: “macho”, el: “yo sí puedo”, el: “no hay quién se me resista”; había besado en los labios a Pedro.
     —Bueno, Juan, problema resuelto: solo mujeres —exclamó Pedro con un tono que reflejaba la alegría y la confusión del momento.
     Juan, callado, levantó la mirada que minutos después del beso había hundido en el suelo, y dijo:
     —Tenemos otro problema, Pedro; a mí me gustó.

 

Con este trabajo el autor obtuvo Mención en el género de cuento infanto-juvenil en el Encuentro-Debate Municipal de Talleres Literarios de Marianao, La Habana, Cuba, junio de 2022. (N. del E.).