Por Luis Carlos Suárez

 

Dice papá que cuando tienes muchos años pierdes las riendas y otros las toman por ti. Es el caso de abuela. Cuando cumplió ochenta años, tocó con un tenedor la copa y dijo:
     —Ahora, con la familia reunida, confieso que no soy lo que ustedes creen.
     Nos miramos y tía Bernarda se atragantó con un refresco gaseado y hubo que darle golpecitos en la espalda.
     —Mamá, por favor —dijo papá.
     —Ahora o nunca y tengo el nunca bastante cerca.
     —Déjenla que hable —reclamó Anduriña, la hija de Bernarda, que venía de países lejanos y solo habla de nieves y góndolas.
     Abuela hizo sonar de nuevo la copa:
     —Quiero decirles que soy una bruja, una tremenda bruja.
     —¿Con escoba o sin escoba? —preguntó Anduriña.
     Ella había conocido brujas en Suecia, en Italia, hasta las brujas de Salem en una obra de teatro.
     —Respeta a mi madre —reclamó papá.
     Sonó el timbre. Era el jefe de papá con Urquiola.
     —¿Con el pelotero? —preguntó Ignacio, el único que no era de la familia, pero que asistía a todos los velorios y cumpleaños.
     —Por favor, Ignacio, Urquiola Mejías, la esposa del jefe.

     Mi papá estaba tratando de convencer a la abuela, pero ella solo decía ahora o nunca. Y nos levantamos a saludar al jefe y a su esposa con nombre de pelotero.
     El jefe en el extremo de la mesa y su esposa al lado. La abuela volvió a tocar en la copa y vi a mi papá tratando de encontrar un lugar donde meter la cabeza.
     —Como les decía, soy una bruja de las que ya no vienen —siguió la abuela.
     —Envuelta en papel de regalo —dijo ahora Anduriña, que se había ya tomado tres copas de vino Marañón.
     Dejamos de comer y solo se escuchó el suspiro de Urquiola y la tos nerviosa de su marido.
     De pronto se apagaron las luces y la mesa empezó a vibrar. Un cloqueo de copas, de cucharas y tenedores, una exclamación de asombro unido a un rozar de platos y vasos.
     —¡Y ahora un apagón y con terremoto! —Exclamó Anduriña, que pedía más vino de Marañón.
     Se hizo la luz y hubo una exclamación unánime.
     La abuela no estaba. Buscaron debajo de la mesa y Anduriña vino con la noticia: “desapareció”.
     Cuando mi papá gritó mamá, ¿dónde está mi mamá? como un niño grande en la jungla, la vi
     En la pared el cuadro del gondolero. Mantenido en la familia de generación en generación, tenía un aire diferente, como si lo hubieran retocado. Algo distinto había y me acerqué. Sorpresa, no estaba el gondolero con el bigote fino y su traje púrpura. En su lugar la abuela, del tamaño del gondolero ausente, tenía una mirada pícara como queriendo decirme:
     —Qué incrédula mi familia.