Por Luis Cabrera

 

Yo nunca he visto una abuela como la mía.
     —¿Tú eres mulata, abuela?
     No me responde, pero se ríe.
     Parece que por eso le gusta tanto el olor de las flores. Y el trinar de las bijiritas. Y el amanecer del sol.
     —¿Tú eres blanca, abuela?
     No me responde, pero se ríe.
     Cuando abuela se para delante del fogón a revolver la harina de maíz tierno o a freír los tostones, parece una flor. O un camino nuevo por entre la tierra recién arada. O un caracol.
     Abuela anda como los colibríes, se sabe el secreto de todos los cocimientos y siempre dice que las historias tristes no se cuentan.
     Pero si abuela se pone brava, hay que hacer como cuando vienen los ciclones; y si coge un cuje en la mano, no se te ocurra salir corriendo, pues es peor. ¡Pero si te besa…!
     ¡El cielo!
     Las gallinas de abuela siempre ponen los huevos jimaguas, y a su paso los chipojos se llenan de colores y las abejas destilan miel.
     —¿Qué eres tú, abuela?
     —Cubana, reyoya y por los cuatro costados.